Currilla Vazquez


Es entrañable recordar ¿verdad?
He querido compartir con vosotros tantos y tantos
preciosos recuerdos de mi niñez, que me llenan
de ternura el corazón.

Traductor


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Blanca Nieves Y Los Siete Enanitos

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La Bella Y La Bestia

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La Cenicienta

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Hansel Y Gretel

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La Sirenita

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La Bella Durmiente

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Melisa

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La Navidad De Papá Noel

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La Vendedora de Flores Y Mangos

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La Princesa Y El Viento Del Norte

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Hijo del Sol

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Peter Pan

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La Muchacha Guerrera

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Los Tres Deseos

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El Amor Maternal

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1 de junio de 2009

La Vendedora de Flores y Mangos


Erase una vez un príncipe africano, 
que se sentía terriblemente solo.
En búsqueda de una esposa había viajado desde
el extremo norte hasta el extremo sur del país.
Pero aunque había conocido a muchas mujeres ricas
y bellas, que hubieran accedido más que gustosas
a casarse con él, siempre regresaba solo a su palacio.
Sus cortesanos no se lo explicaban.
-Pero, alteza -decían-, os han presentado a
las mujeres más ricas y bellas del país.
¿Como es que todavía no os habéis decidido?
-La respuesta es bien sencilla -contestaba el
príncipe con tristeza_
No he conocido todavía una mujer de
quien pueda enamorarme.
Cada mañana el príncipe se sentaba junto a
una ventana que daba al mercado.
De pronto, un día, oyó una voz que sonaba dulce
y claramente por encima de las demás.
-¡Flores, flores y mangos frescos!
¿Quién compra mis hermosas flores,
y maduros mangos?
El príncipe, preso de una gran atracción,
se asomó a la ventana y vio a una muchacha
que portaba una gran cesta.
Parecía muy pobre y vestía ropas harapientas,
pero una sonrisa iluminó el rostro del príncipe
mientras observaba sus andares airosos
a través, de la muchedumbre.
-¡Que bella es! -suspiró-.
Aunque anda con la cabeza erguida,
su mirada es humilde.
Quiero conocerla cuanto antes.
Ordenó a un cortesano que fuera a buscarla.
-¿Como te llamas? -preguntó el príncipe
La muchacha se sentía tan cohibida ante el
príncipe, que no se atrevía a mirarle y
se quedó con la vista clavada en el suelo.
-Rashida -respondió con un murmullo.
-Por favor, deja que vea tus ojos, Rashida.
Han hecho que me enamorara de ti con solo verte.
Tus ojos me decían que tu belleza no
te ha hecho orgullosa.
Eres la mujer que yo andaba buscando.
Me sentiré muy desgraciado, si no te casa conmigo.
-Accederé encantada -contestó Rashida, y el
príncipe mandó que se efectuaran inmediatamente
los preparativos para una boda fastuosa.
-Pero, alteza -dijeron los cortesanos-, no es posible
que queráis casaros con una vulgar vendedora.
El príncipe se negaba a prestarles atención, y
a los pocos días se convirtió en un hombre casado.
Al principio la pareja era muy dichosa.
Mas luego, a medida que pasaron los meses,
Rashida empezó a cambiar.
Cuando el príncipe le decía lo bella que era y lo
mucho que la amaba, ella se encogía de hombros
y respondía irritada: -Ya lo sé, ya lo sé.
Me repites lo mismo desde que nos casamos.
Pasaron los años y Rashida se convirtió en
una mujer a quien el príncipe apenas reconocía.
Seguía siendo hermosa, pero se había vuelto
orgullosa y altanera.
Pretendía que cada día la colmaran de alabanzas
y que sus órdenes fueran cumplidas de inmediato.
Se mostraba fría y antipática con todo el mundo,
incluyendo su marido.
Ansioso por verla sonreír de nuevo, el príncipe
decidió celebrar su tercer aniversario de
boda ofreciendo un gran banquete.
En el momento de los postres, tomó un mango
de una bandeja de fruta y se lo ofreció a Rashida.
Ella lo miró completamente atónita.
-No esperarás que me coma eso, ¿verdad?
El príncipe la miró furioso.
-¡Rashida! Has olvidado que una vez te sentiste
satisfecha de vender mangos en el mercado.
Quizá sería conveniente que volvieras a vender
mangos y flores, y recobraras el candor de tus ojos.
-Si ya no me amas, no permaneceré en tu palacio ni
un instante más -contestó Rashida orgullosamente-.
No volverás a verme nunca más.
Y sin añadir otra palabra, salió de la habitación.
En las semanas que siguieron el príncipe se esforzó
por mantenerse ocupado y no pensar en Rashida.
Más era inútil.
No podía olvidar el momento en que la había visto
por primera vez y se había enamora de ella.
Un día paseaba a caballo por el mercado
de una ciudad alejada de su palacio,
cuando oyó una voz melodiosa:
-¡Flores, y mangos frescos!
¿Quién compra hermosa flores y maduros mangos?
Al instante reconoció aquella dulce voz, y se volvió
para ver a Rashida caminando por entre la
gente con una gran cesta.
Aunque parecía muy pobre y desgraciada, estaba
tan bella como de costumbre.
El príncipe saltó de su caballo y corrió tras ella.
-¡¡Rashida!! -la llamó-.
Cómo lamento el día en que te marchaste.
¿Regresarás conmigo?
Rashida bajó los ojos, avergonzada.
-¿Podrás perdonarme por ser tan orgullosa? -preguntó.
-Ya te he perdonado -contestó el príncipe suavemente.
-Entonces iré gustosa contigo.
Sonriendo, Rashida tomó la mano del príncipe.
-Entonces iré gustosa contigo.
Ya nunca más volvió a perder la sencillez.
Y vivieron felices el resto de sus días.

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